
Por: Psicoterapeuta Ramón esparza Díaz
Fecha: 6 de agosto de 2025
En las aulas mexicanas, una realidad invisible pero alarmante afecta el rendimiento académico y el bienestar de niños, niñas y adolescentes: el estrés y la depresión. Estos trastornos, muchas veces ignorados o malinterpretados, están condicionando seriamente el desarrollo integral de estudiantes que enfrentan situaciones emocionales adversas dentro y fuera del hogar.
El problema silencioso
Aunque tradicionalmente se ha considerado que la infancia y la adolescencia son etapas de alegría y despreocupación, diversas investigaciones han demostrado lo contrario. Según datos del Instituto Nacional de Psiquiatría, uno de cada cinco adolescentes mexicanos presenta síntomas de depresión, y un número similar vive con niveles altos de estrés crónico.
Estas condiciones impactan directamente su capacidad de concentración, memoria, motivación y participación en clase.
La psicóloga educativa Verónica Ruiz señala:
“Muchos estudiantes no rinden porque están cargando con preocupaciones familiares, presiones sociales, violencia o inseguridad. No es que no quieran aprender, es que emocionalmente no pueden”.
Causas frecuentes
Los factores que generan estrés y depresión en niños y adolescentes son múltiples y, a menudo, acumulativos:
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Problemas familiares como divorcio, violencia intrafamiliar o abandono.
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Exceso de tareas escolares y presión por obtener buenas calificaciones.
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Bullying, acoso escolar y exclusión social.
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Inseguridad en sus comunidades.
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Uso excesivo de redes sociales que refuerzan comparaciones negativas.
Además, tras la pandemia de COVID-19, se agravaron cuadros de ansiedad y retraimiento social, como lo explica el psiquiatra infantil Manuel Delgado:
“Muchos niños regresaron a clases con miedo, inseguridad y con dificultades para relacionarse. No todos recibieron apoyo emocional durante el encierro.”
Testimonios desde las aulas
Carla, una estudiante de secundaria en la Ciudad de México, cuenta que dejó de asistir con regularidad a clases debido a ataques de pánico. “Me dolía el estómago, me mareaba. No sabía qué me pasaba hasta que una orientadora me ayudó a entender que era ansiedad”.
Impacto en el aprendizaje
La relación entre salud emocional y rendimiento escolar es directa. Un estudiante con depresión puede presentar:
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Disminución del rendimiento y bajo aprovechamiento.
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Problemas para concentrarse o recordar lo aprendido.
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Ausentismo, deserción o conductas disruptivas.
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Bajo autoestima y desinterés general por el futuro.
Los expertos insisten en que estos signos no deben interpretarse como simple desobediencia o flojera, sino como señales de auxilio.
¿Qué se puede hacer?
Frente a este panorama, se requieren acciones urgentes desde varios frentes:
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Escuelas con enfoque socioemocional: Incluir programas de educación emocional, talleres de resiliencia, y protocolos de atención psicológica.
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Capacitación docente: Para que maestros y orientadores puedan detectar signos tempranos de alerta.
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Canalización oportuna: Hacia servicios de salud mental gratuitos y accesibles.
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Acompañamiento familiar: Trabajar con madres, padres o tutores en la construcción de entornos seguros.
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Espacios de escucha: Fomentar redes de apoyo entre pares, círculos de diálogo y actividades culturales o deportivas que fortalezcan el autoestima.
Conclusión
La salud mental de niños, niñas y adolescentes ya no puede ser un tema secundario. El aprendizaje no es posible en un cuerpo cansado y una mente herida. Es tiempo de mirar más allá del cuaderno y los exámenes: detrás de cada bajo rendimiento escolar puede haber un grito silencioso que pide ayuda.