
Chihuahua, Chih. – El programa Escuela para Padres, implementado en distintas instituciones educativas de Chihuahua, ha sido presentado como una estrategia clave para fortalecer la relación entre familias y escuelas. Su propósito: dotar a madres y padres de herramientas para mejorar la comunicación con sus hijos, prevenir conductas de riesgo y fomentar entornos familiares más sanos. Sin embargo, la realidad muestra claros aciertos, pero también importantes desaciertos que ponen en duda su verdadero impacto.
Los aciertos: espacios de diálogo y acompañamiento
Uno de los principales logros del programa es abrir espacios de diálogo entre padres, docentes y especialistas. En diversas secundarias y planteles de nivel medio superior, los talleres han permitido a las familias reflexionar sobre problemas comunes: límites, disciplina, uso de redes sociales, adicciones y violencia escolar.
“Antes sentía que estaba sola con los problemas de mi hijo adolescente. Escuchar a otras mamás y compartir experiencias me dio nuevas ideas para manejar la situación”, relata María González, madre de un estudiante de la zona sur de la capital.
Asimismo, la participación de psicólogos y orientadores educativos ha sido valorada positivamente, ya que acercan conocimientos prácticos sobre desarrollo infantil, comunicación asertiva y manejo de emociones. En algunos planteles, la Escuela para Padres ha generado redes comunitarias que trascienden el aula, con padres que se organizan para dar seguimiento a temas de convivencia escolar.
Los desaciertos: poca constancia y carácter obligatorio
No obstante, también abundan los cuestionamientos. Uno de los principales señalamientos es la falta de continuidad: muchos programas se limitan a sesiones esporádicas, sin seguimiento ni evaluación real de resultados. “El taller fue interesante, pero luego ya no supimos nada más. No hubo una segunda parte ni continuidad”, explica José Luis Herrera, padre de familia en Ciudad Juárez.
Otro desacierto es la percepción de obligatoriedad. En varias escuelas, la asistencia a las sesiones se convirtió en un requisito administrativo, más que en una oportunidad de aprendizaje. Esto generó descontento entre padres que sentían que eran “obligados” a firmar asistencia en lugar de participar activamente.
Además, expertos en educación advierten que el programa carece de una metodología unificada. En algunos planteles se desarrollan dinámicas participativas y talleres prácticos, mientras que en otros solo se realizan pláticas teóricas con escasa interacción, lo que limita su eficacia.
El trasfondo político y social
Algunos críticos señalan que la Escuela para Padres en Chihuahua ha sido utilizada en ocasiones como una estrategia política de legitimación, más que como una política pública con impacto comprobado. “Es un programa noble, pero mientras no haya indicadores claros ni evaluaciones serias, corre el riesgo de ser una cortina de humo”.
Sin embargo, organizaciones civiles destacan que, pese a las deficiencias, cualquier espacio de encuentro entre familias y escuelas resulta positivo en un contexto donde la violencia intrafamiliar y los problemas de adicciones juveniles siguen siendo desafíos urgentes.
El reto pendiente
Los especialistas coinciden: la Escuela para Padres en Chihuahua tiene potencial, pero requiere rediseño. Más constancia, contenidos adaptados a las realidades locales, facilitadores capacitados y mecanismos de evaluación serían pasos clave para que el programa deje de ser un trámite administrativo y se convierta en un verdadero aliado de la educación y la salud emocional de las familias.
Mientras tanto, los aciertos y desaciertos de la Escuela para Padres siguen en debate, reflejando la necesidad de que la educación familiar no sea vista como un complemento, sino como un eje central en la formación de las nuevas generaciones
¿Entonces funciona o no?
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Sí, puede funcionar — siempre y cuando esté bien diseñado, tenga objetivos claros, estrategias pedagógicas sólidas, personal capacitado y mecanismos de evaluación.
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Sin embargo, si el programa se implementa sin monitoreo, sin adaptación al contexto cultural o sin recursos adecuados, corre el riesgo de ser inefectivo o meramente simbólico.